No tenía pensado escribir, disculpad por ello que me haya puesto a hacerlo de manera un tanto impertinente cuando el cuerpo me pide callar, pero sé que hay momentos en que conviene disciplinarse un poco, y esta tarde toca hacer ejercicio.
Llevo días dirimiendo innumerables dudas sobre esto de desnudarme ante el mundo. Comenzó siendo algo divertido que con el paso del tiempo ha ido mostrando algunos vasallajes que rechazo de plano. No es que no hubiera aceptado que abriéndome en canal aquí asumía compartir una buena porción de mi vida para lo bueno y para lo malo, mostrándome como soy, como quiero ser, como quiero que me vean, pero el juego inicial se ha vuelto algo torticero al descubrir que también te miran y se espera algo de ti que no puedes dar sin fallar al anhelo de seguir siendo sincero contigo mismo.
Sin ir más lejos, hace unas semanas, uno de los muchos sabios que abundan, tomaba con buena fe, de aquí mismo, unos comentarios irónicos vertidos por mí para convertirlos en estribos de una severa conclusión suya que lo mismo podía haber sido sacada a partir de un libro de botánica. Y hoy, en Nurbu, un amable lector anónimo, también con buena fe, me recomendaba el uso de los puntos para acortar mis frases, ya que según él, el segundo párrafo de una de mis entradas tenía once líneas y por ello no resultaba fácil de leer…
Son dos ejemplos irrelevantes, lo reconozco, pero escenifican a la perfección que no somos otra cosa que lo que los demás quieren ver en nosotros por mucho que uno trate de explicarse; y todo esto me lleva a afirmarme en que las palabras no son capaces de transmitir la plenitud de algunas sensaciones, la profundidad de algunos sentimientos, o la sencillez de algunos estados de ánimo; y a poner en evidencia que si esto es así, como me temo, escribiendo no hago otra cosa que perder el tiempo.
A tres días del segundo aniversario de la muerte de mi padre me fallan un poco las fuerzas, lo admito, y sin querer se me va la vista a cualquier lado por ver si diviso una luz en mitad del océano que me guíe a través de las duras rompientes, buscando algo en el horizonte que atesore en su interior algún sentido a todo esto que me sucede, pero que desgraciadamente aún no me ha sido desvelado.
De la misma manera que imagino que enfrentándome a estos pensamientos disipo mis propios fantasmas y miedos, o en el peor de los casos los alejo, también sospecho que el acto de escribir encierra todavía alguna sorpresa que se me ha pasado por alto, como si en el fondo fuese yo mismo un faro anclado a la roca, y mis palabras, aunque incapaces todavía de explicarme al mundo, como pretendo, la luz que traslade el sosiego necesario a quien ande por la vida más huérfano que yo.
Si es así, me doy por satisfecho.